Análisis de Silvia Creo / Miércoles 14 de Abril, 2010

Mundo clásico y mundo moderno

Intentaremos ahora evaluar el desarrollo del pensamiento moderno. Hablamos de un “retorno al mundo percibido” y nos preguntamos ¿no podría ser considerado como un signo de declinación?

Son dos modos subjetivos de vivir el conocimiento, el arte, la política, la vida, el mundo. Por eso se hace necesario empezar definiendo de qué hablamos cuando decimos mundo clásico y mundo moderno.

Referirse a una obra de arte como clásica es decir que es una obra acabada, concluida, cerrada, clara. No ambigua, no enigmática. Y una obra unívoca evidencia seguridad, sentido, y sobre todo un principio y un fin bien definidos, claros.

En cambio, en el estilo moderno, lo característico es el inacabamiento, la ambigüedad, lo problemático o el final ambigüo, abierto. Es el modo del siglo XX, cuyos inicios podemos situarlos aproximadamente a fines del siglo XIX, (y que particularmente en pintura se inicia y desarrolla con el movimiento impresionista, teniendo como un destacado precursor a Delacroix).

La conciencia moderna incluye las lagunas, los baches incluso construye en base a eso. No está claro cuando la obra está concluida. No tiene un sentido unívoco. Por eso, la expresión “¿Qué quiere decir…?” es esencialmente moderna.

La obra de arte moderna es “inconsistente” en el sentido de que presenta contradicciones. Es abierta, ambigua y especialmente fragmentaria. Como lo expresa Discepolo: “la Biblia junto al calefón”, siglo XX cambalache. Este es un pensamiento bien moderno… como un collage (técnica francamente moderna).

Los museos están llenos de obras a las que parece que nada les falta, mientras que los pintores modernos, en relación a ellas, entregan obras que parecen sólo bocetos, parecen pinturas inconclusas que facilitan y permiten comentarios y afirmaciones críticas de diferentes ángulos o sentidos, justificados precisamente en su carencia de sentido unívoco.

En la modernidad no sólo las obras están inacabadas sino el mundo mismo. Y esa inconclusión radica (como lo vimos en los capítulos anteriores) en que el conocimiento que antes se afirmaba en una ciencia que supuestamente conocía de manera definitiva, ahora aprecia y radica su investigación en la complejidad de las cosas y en definiciones perentorias, sujetas a revisión futura.

El mundo clásico se componía de reyes, emperadores, y la demás gente. Es decir, los amos por un lado y el pueblo por otro. Era un mundo definido, con roles claros y sin ambigüedad.

Por el contrario, el mundo moderno habla de libertad, socialismo, democracia, renacimiento, libertad sindical, igualdad, educación pública, derechos humanos, derechos de salud, pero ¿qué quieren decir estas palabras si cada una de ellas ha sido reivindicada y ha sido la bandera de todos los partidos políticos existentes y también utilizadas por los diferentes y opuestos regímenes imperantes en oriente y occidente durante el siglo pasado?

Arribamos a lo que Hegel definía como una situación diplomática, donde las palabras significan al menos dos cosas y donde las cosas no se dejan nombrar con una sola palabra.

Ahora bien si comprobamos que la ambigüedad y la inconclusión están escritas en la textura misma de nuestra vida colectiva y no sólo en las obras de los intelectuales, es irrisorio querer responder con una restauración de la razón, a la manera de los clásicos. Eso para Ponty no sería restablecer sino ocultar las contradicciones existentes.

Ponty se pregunta si la seguridad, la supuesta claridad de los clásicos no será más bien una ilusión retrospectiva, una ilusión nuestra. Se pregunta si en realidad el mundo clásico conoció la condición natural de la inconclusión y la ambigüedad en que se desarrolla la vida, independientemente de la época humana que se trate.

Se pregunta si esa ambigüedad en realidad era percibida pero oficialmente negada, y entonces, concluye que lejos de ser un hecho de decadencia, la incertidumbre de nuestra cultura es más bien una conciencia más aguda y franca de los que siempre fue verdadero. Por lo tanto es una adquisición y no una declinación.

La modernidad entonces sería el reconocimiento de esas contradicciones que siempre estuvieron.

Recordemos que Leonardo Da Vinci, y otros, dejaban obras inconclusas. Balzac consideraba indefinible el famoso punto de madurez de una obra. Acaso es por una ilusión retrospectiva que vemos a esas pinturas clásicas como definitivas, y tal vez en ellas, sus autores encontraban sólo ensayo o fracaso.

Dice Ponty que en lo inmediato la pérdida de calidad es manifiesta pero que no es posible remediarlo restaurando la humanidad estrecha de los clásicos. El problema para nuestro tiempo es hacer algo sólido con nuestra experiencia existencial relativa, al menos tan sólido como percibimos a los clásicos en contraste a nuestro tiempo.

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