Teoría del arte asiático II / Agostina Frígidi / mayo 4

Está implícito el principio de que el verdadero conocimiento de un objeto no se obtiene por mera observación, sino sólo cuando veedor y visto, conocedor y conocido se encuentran en un acto que trasciende la distinción (entre ellos). ¿Cómo se logra eso?

La mente atrae sobre si a la forma. La atrae inmediatamente desde el cielo (ideal) al espacio inmanente del corazón. Porque todas las artes se conciben como de origen divino, como habiendo sido reveladas por el cielo.

Es en imitación de las obras de arte angélicas como toda obra de arte se ejecuta en la tierra. Toda obra de arte se efectúa en aquel que comprende esto. Las obras de arte angélicas son una integración del Si mismo y por eso, el sacrificador se integra a si mismo en el modo del ritmo: el artista visitando algún cielo o la forma siendo revelada en el sueño.

La mente atrae sobre si la forma desde el espacio inmanente del corazón. En este espacio inmanente del corazón es donde tiene lugar la única experiencia posible de la realidad (explicaremos qué se entiende por realidad más adelante): es donde el veedor y lo visto se funden no es por mera observación, sino por una identificación con el objeto. El imaginero debe realizar una autoidentificación con el objeto, debe realizar un acto de no diferenciación. Volverse el objeto. Aquí, oriente y occidente coinciden: “quien pinta una figura, si él no puede serla, no puede pintarla”. En el espacio inmanente del corazón podemos decir que la experiencia de realidad posible tiene que ver con cómo los orientales conciben la realidad: no existe el conocimiento y el ser cada uno por separado, sino que el conocimiento tiene lugar solo cuando el objeto conocido está dentro del conocedor, es decir, el conocimiento se da en el ENTRE del objeto y el artista.

Cualquier objeto que pueda ser el tema elegido deberá devenir el único objeto de su atención y devoción y a su vez, sólo cuando el tema ha devenido una experiencia inmediata, podrá ser expuesto desde el conocimiento. Para este proceso, nos sirve el lenguaje del yoga, que implica reducir la mente a una absoluta quiescencia: “me olvido de toda recompensa que ganar, de la fama que adquirir, soy inconsciente incluso de mi estado físico: logro quedarme sin pensamientos, entonces logro concentrarme en mi tarea y todos los elementos perturbadores internos y externos han desaparecido. Una vez que me concentro, me pongo a trabajar.” Aquí se refieren a que el verdadero artista nace y se hace, está dotado de: genio, imaginación o visión, erudición, concentración y práctica.

“Las formas del arte indio y sus derivados en extremo oriente están determinados idealmente”. Debemos dar mayor precisión a esta frase, a lo que entendemos por ideal, examinando lo que se entiende por semejanza o imitación. La palabra representación se tradujo aquí por semejanza, pero hace referencia a la “correspondencia de los elementos formales y representativos en el arte”. Esto quiere decir que el arte imita la naturaleza en el sentido matemático: no desde la apariencia, sino desde la operación. “Conforme a la naturaleza, haz la forma” o “Siguiendo el movimiento (o la operación) del mundo”.

El arte asiático está en contradicción con la concepción del conocimiento como separado del ser: lo cual implicaría un punto de vista lógico, no inmediato.

Por ultimo, no hay distinción entre las bellas artes y las artes decorativas, no hay distinción de rango, las únicas distinciones que existen tienen que ver con el status social del artista y no del arte en sí mismo. Tampoco se concibe que a un arte se lo pueda adquirir de otra forma que no sea teniendo un maestro.

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