RISA / Laura Alercia / Miércoles 15 de diciembre

El sentido de esta búsqueda es ir rastreando en nuestro devenir las risas que hemos olvidado. Vivencias que al ser redescubiertas podrían hacer nuestra existencia más llevadera, desviando el predomino de los impulsos de muerte que están carcomiendo nuestra civilización. Este buceo interior en nuestro ser colectivo tiene un sentido filosófico existencialista, pues intenta transformar nuestra vida haciendo accesible un nuevo status ontológico o una nueva relación de la humanidad consigo mismo y su entorno.

Si algo caracteriza a la condición humana es su condición de reír. Aristóteles nos caracterizó como seres rientes, como consecuencia de esta posición legó sus reflexiones sobre la comedia. En todos los tiempos y espacios la humanidad ha reído, ríe y seguirá riendo, pero la significación de este gesto del alma no es el mismo. La alegría y la risa se contextualizan culturalmente en ideas, creencias y filosofías. Hablar en la actualidad de la alegría y la risa cosmogónica, de la risa existencial, de la risa sagrada, de la risa catártica, de la risa como factor de equilibrio para las estructuras de la sociedad, como herramienta terapéutica, como magia imitativa, como oración al milagro de la vida, parecería un tanto absurdo. Pues nuestra civilización se ha alejado cada vez más de la alegría como uno de los fundamentos de la condición humana, y las disciplinas que estudian el alma han limitado la función de Eros fundamentalmente a la sexualidad y al pragmatismo utilitario. De esta manera el alma colectiva es fácilmente manipulable por los medios electrónicos.

Nadie puede dudar de que la risa es el signo de la alegría, como las lágrimas son los síntomas del dolor. Los que buscan las causas metafísicas en la risa, no son alegres; los que saben por qué la alegría, que excita a la risa, retira hacia las orejas el músculo cigomático, que es uno de los trece músculos de la boca, son los más sabios. Los animales están dotados de este músculo como los hombres, pero no les hace reír la alegría, como tampoco les hace llorar la tristeza. El ciervo deja caer de sus ojos cierto humor cuando los perros de caza le persiguen y van a sus alcances, lo mismo que el perro cuando lo disecan vivo, pero no lloran por sus mujeres queridas ni por sus amigos, como nosotros; no les acomete la risa cuando ven un objeto cómico; el hombre es el único animal que llora y ríe.

Como sólo lloramos por lo que nos aflige y reímos por lo que nos divierte, algunos autores han supuesto que la risa nace del orgullo, que se juzga superior a aquel de quien se ríe. No cabe duda de que el hombre es un animal tan risible como orgulloso, pero sin embargo de esto no es el orgullo el que nos provoca la risa; el niño que se ríe de todo corazón no se entrega a ese placer por creerse superior a los que le hacen reír; se ríe cuando le hacen cosquillas, e indudablemente esto no es por orgullo.

En las sociedades tradicionales lo burlesco (y, por tanto, la risa) es entendido como un vínculo entre dos personas relacionadas. En los clanes se permite embromar al otro sin que este pueda darse por ofendido. Este tipo de relación es un factor de equilibrio para la estructura social. Entre las sociedades matrilineales este tipo de relación es claro: se sabe a quién se puede embromar y a quién no, tal como ocurre con la familiaridad entre nietos y abuelos, que llega a lo burlesco en las sociedades tradicionales de Australia, África, Norteamérica y los oradores de la India. En las sociedades patrilineales la burla está prohibida entre padres y tíos, e hijos y sobrinos pues sedimenta la estructura de la sociedad. Entre los dogones, la relación burlesca genera asimetrías y simetrías en la economía del poder, pues la burla puede llegar a convertirse en una mezcla de rasgos amistosos y hostiles. Tensiones sociales que llegan al extremo de evitar contacto entre primos cruzados y entre las suegras evitan tener en contacto entre sí, excepto por relaciones del tipo burlesco, para evitar el incesto, evidenciando la ambigüedad en sus relaciones interpersonales. En otros contextos, tanto en las sociedades tradicionales como las contemporáneas, la burla es un signo de la violencia potencial, estableciéndose entre grupos o individuos opuestos que desean evitar enfrentamientos reales, estrategias burlescas con las cuales logran exorcizar psíquicamente los enfrentamientos.

En mitos, de diversas culturas tradicionales, existe una dialéctica opuesta: la prohibición de reírse entre los muertos. En un mito de los esquimales “El alma (o el chamán) que parte hacia el mundo superior se encuentra con la cortadora de vísceras. Tiene un balde y un cuchillo ensangrentado. Toca el tambor, baila con su sombra y sólo dice estas palabras: La abertura de mis pantalones. Al dar su espalda enseña un hondo canal por donde se ve un pez. Su boca se tuerce tanto que puede besarse el trasero y con el carrillo se pega en la cadera. Mirándola sin reírse no se corre peligro, mas cuando los labios dibujan una mueca, abandona el tambor, toma el cuchillo y descuartiza al desdichado y lo devora”

La risa como expresión de la muerte reta a los Señores de la Muerte. En el reino de lo muertos los vivos no deben reír, pues obviamente representan una de las mayores manifestaciones de la plenitud de la vida. Por esta razón en algunas sociedades tradicionales el alumbramiento de un niño va acompañado de risas, que en un primer instante son actuadas, pero que por contaminación se mutan en un reír colectivo, que busca anunciar y exorcizara la muerte y sus influencias a través de la magia de la risa. Esta dialéctica sacra también se presenta en los ritos de iniciación, pues tras la muerte iniciática, propia de todo rito de paso, se da un renacer que da al iniciado un nuevo status ontológico, una nueva sensibilidad y una visión que le permite entrar en contacto con la esencia de la realidad y el mundo sobrenatural. Este renacer se manifiesta en diversos contextos a través del reír. En un rito de los indios de Oceanía recopilado por F. Boas dos hermanos son engullidos por una ballena que se los lleva, episodio que posee una estructura iniciática, pues introduce simbólicamente a los iniciados en un útero donde sufrirán las torturas que les darán acceso a un nuevo nivel del existencia. En el vientre de la ballena están a punto de asarse debido al calor, por lo que pierden todo el pelo. Al verse el uno al otro ríen por la transformación iniciática que se dio en ellos, y se permite con ello su salvación.

De manera cercana a esta idea, la obra filosófica más importante que se ha escrito sobre este tema es La risa de Henri Bergson, que también podría incluirse dentro de la teoría de la incongruencia. Bergson ubica la risa como un fenómeno humano con ciertas razones sociales y con ciertas implicaciones éticas: así, para reírnos de lo que nos parece gracioso, dirá sabiamente Bergson, es necesario reprimir otras emociones como la compasión o el amor, para que así la incongruencia no resulte dolorosa. Porque en ciertas ocasiones una incongruencia provoca risa únicamente si el que ríe no se solidariza con los que padecen esa incongruencia, si el que ríe no siente un verdadero amor o una auténtica compasión por aquéllos que son el objeto de la risa. En ese sentido a Bergson le preocupa restringir su estudio sobre la risa a cuestiones filosóficas sobre todo de corte ético o moral. Las contradicciones que nos resultan indoloras y provocan nuestra risa pueden esconder falta de solidaridad y ausencia de amor, como es en el caso de los chistes racistas o sobre personas en desgracia: sólo reprimiendo el sentimiento de amor y empatía puede alguien reírse de esa manera.

Beneficios de la risa

Ante el mismo estímulo, ante la misma realidad, podemos reaccionar de maneras muy diversas: podemos reír o llorar. Es verdad que nuestras reacciones ante la vida no dependen de manera exclusiva de nuestro estado interior: imposible reír ante un gran dolor o ante aquello que consideramos peligroso o dañino. O quizá Nietzsche tenga razón y un iluminado pudiera tener la capacidad de reír ante cualquier tragedia. Pero para nosotros, lejanos a tal supuesta iluminación, resulta impensable reír ante la tragedia. Y sin embargo, quien intenta cultivar el sentido del humor reacciona de manera diferente ante las mismas inclemencias de la vida. Es necesario, en efecto, aprender a reír.

Entre sus múltiples beneficios, la risa nos ayuda a segregar hormonas que sirven como analgésicos, baja los niveles de estrés, ayuda a elevar nuestras defensas; incluso puede prevenir enfermedades del corazón.

Asimismo, equivale a un ejercicio aeróbico de manera que ayuda a reducir los niveles de colesterol y glucosa en la sangre.

Creyentes de esta filosofía, hay quienes enfocan la alegría con un beneficio social, convirtiéndolo en un medio para curar, la promueven como un estilo de vida, difundiendo técnicas que logren beneficios físicos y mentales a través de la risa y las situaciones agradables.

Por todo lo anterior, la expresión “tomarse las cosas con filosofía” misma que se brinda como consejo para aminorar un dolor, es del todo errónea. El que se toma las cosas con filosofía, debe darle un cierto peso teórico a cada palabra, debe cuidar con detenimiento y seriedad la situación a analizar. El verdadero consejo debería decir:“tómate las cosas con ligereza: ríe”. Y no me refiero con ello a la mera superficialidad que invita a tomar todo a la ligera: la ligereza de la que habla Zaratustra nos remite a la profundidad abismal: el pensamiento alado, dirá Nietzsche, se eleva a la ligereza desde la profundidad abismal. No toda superficie es mera liviandad o superficialidad: el arte griego, con su ligereza y su jovialidad, es una muestra de ello.Toda incongruencia indolora, por inofensiva que sea, puede tomarse como una verdadera molestia e incluso como una de las múltiples tragedias cotidianas o puede tomarse simplemente como algo risible, como algo propio de este mundo incongruente en el que nos ha tocado vivir. Hoy en día los médicos anuncian la influencia del estado anímico de la persona en el proceso de sanación de una enfermedad: corroboran, día con día, que el que ríe de su destino, incluso el que ríe de su enfermedad se cura más pronto y mejor que el que se dedica a llorarla.

La risa es una reacción biológica de los seres humanos, pero más que eso puede convertirse en un herramienta que cambie nuestras vidas.

No se trata únicamente de ponerse una nariz y ser gracioso una o dos horas a la semana: hablamos de un compromiso; no con el otro, sino contigo. Hacer de la alegría no una emoción ni un estado de ánimo pasajero, sino un estilo de vida, porque aquel que no está convencido, que no cree en la felicidad, no podrá contagiarlo.

La alegría es todo aquello que nos causa placer, agrado, satisfacción: por esa razón apostar por todo lo que nos llene es hacer de la risoterapia parte de nosotros. Cambiar nuestra actitud hacia los problemas, enfrentarlos con coraje, no con enojo; dejar el sufrimiento y la resignación: cambiarla por fe y confianza.

Como diría Freud: "El humor no resigna, desafía. Implica no solamente el triunfo del Yo, sino el principio del placer, que halla en él el medio de afirmarse, a pesar de las desfavorables realidades exteriores".

Eso hace a la risoterapia una herramienta para equilibrar el contexto que nos enmarca con el bienestar físico y mental; a través de la risa y el pensamiento positivo. Aplicándolo primero a mí, para poder contagiarlo con el resto del mundo: haciendo un intento por cambiar la realidad a partir de buenas acciones.


La risa abundante y reiterada garantiza una vida saludable.


El cinismo es una de las manifestaciones más radicales de la filosofía y también de las más incomprendidas. Los cínicos consideran que la forma de vivir es parte fundamental de la filosofía e inseparable de su manera de pensar.

Sin embargo, no todos los integrantes de este movimiento tienen las mismas actitudes externas ni los mismos comportamientos, por lo que a veces se habla de filosofía cínica, otras veces de actitud cínica y otras simplemente de locura.

El término cínico es uno de esos términos que han ido perdiendo su significado original y transformándose en otro distinto al que tuvo en sus orígenes. Tanto es así que hay algunas propuestas para usar los términos quínico o kínico, con el fin de diferenciar claramente el concepto de cínico en su sentido original del que se usa hoy en día, es decir, diferenciar en concepto de cínico en sentido filosófico, de su sentido popular.

Filosóficamente de lo que se trata, es de retomar o de pensar de un modo nuevo y diferente algunos temas antiguos, ya que el paso del tiempo ha cambiado completamente su significado, su origen y desarrollo han sido velados, para llegar a significar hoy, poco más que un insulto.

El cinismo es una filosofía teórica y una práctica, pero también una forma de vida, aunque esta carácterística se empezó a perder enseguida, es una filosofía que pretende alcanzar la felicidad mediante la sabiduría y la ascesis.

En pleno comienzo del siglo XX, Henri Bergson entiende que la risa tiene implicaciones éticas y sociales: una incongruencia provoca risa si no nos solidarizamos o sentimos compasión por aquellos de quienes nos reímos.

“El hombre sufre tan terriblemente en el mundo que se ha visto obligado a inventar la risa”, (Nietzsche). La risa es todo un proceso de ingeniería muscular: la contracción coordinada de 15 músculos faciales, acompañada de respiración alterada y sonidos diversos. Reír es otro efecto de la magia química de nuestro cerebro reaccionando ante estímulos afectivos. Por eso, podemos decir sin duda que la risa une el cuerpo y el espíritu.

Nos reímos por gesticulaciones cómicas, de lo que vemos u oímos, hasta por recuerdos o imágenes mentales. Reímos para festejar. Por sorpresa, ante algo inesperado o fuera de lo común. Por contagio, cuando los demás ríen. Por miedo o para mitigar peligros reales o imaginarios. Para socializar y ser aceptados. Por algo necio o soez. Por lo absurdo. A veces de una forma crítica. Y muchas veces nos reímos de los otros, con crueldad además.

Mientras que los tratados sobre la verdad, la belleza o la tragedia son abundantes, la filosofía occidental no ha sido ni diligente ni justa frente a la risa. En la Grecia clásica, Platón argumentaba que la risa es un vicio, que merma el dominio de la psiquis sobre el cuerpo. Para Aristóteles, es una mueca de fealdad que deforma el rostro y desarticula la voz. En la Edad Media, la Iglesia sostenía que la risa era mala, pues en los Evangelios jamás se menciona que Jesús haya reído.

Solo a partir de la Ilustración francesa se empezó a liberar a la risa de ciertos estigmas. Para Voltaire, el hombre es un animal risible, al que la alegría hace reír, pero no los grandes placeres, pues los placeres del amor, de la ambición, de la avaricia, son muy serios. En el siglo XVII, para Spinoza, la risa es un bien deseable y resulta benéfica para el cuerpo y el espíritu. Recién en el XIX, Kierkegaard ahonda un poco más en el fenómeno y reflexiona que reímos ante el absurdo o ante incongruencias inofensivas.

En pleno comienzo del siglo XX, Henri Bergson entiende que la risa tiene implicaciones éticas y sociales: una incongruencia provoca risa si no nos solidarizamos o sentimos compasión por aquellos de quienes nos reímos. Esto explica la existencia de los chistes discriminatorios o el humor negro: sólo la falta de empatía o compasión nos permite reírnos de esos otros. Pero si algún filósofo planteó el poder catártico de la risa, ese fue Nietzsche, en Así habló Zaratustra: “¿Quién de vosotros puede a la vez reír y estar elevado? Quien asciende a las montañas más altas se ríe de todas las tragedias, de las del teatro y de las de la vida”. El filósofo de la libertad, la risa y el juego, nos dejó un claro mensaje: es necesario aprender a reír.

Hoy en día, la más avanzada medicina reconoce que el estado anímico de un enfermo influye profundamente en su recuperación. Es patente que quien es capaz de sobrellevar positivamente su enfermedad, el que ríe de su destino, se cura más pronto. Si la realidad es un estado mental, como lo ha demostrado la física cuántica de múltiples formas, ejercitar el humor debería ser nuestro credo inseparable ante las múltiples tragedias cotidianas o ante el mismo absurdo de un mundo difícil e imperfecto. ¡Riámonos! Quizá sea una de las claves de la existencia.

Al hablar de risoterapia podemos pensar en asociaciones como: Risaterapia, Cuento con tu Risa, Médicos de la Risa de la Laguna, entre otros, quienes son personas con nariz de payaso que se dedican a llevar alegría a lugares vulnerables.

Asisten a hospitales, asilos, casas hogar, zonas de desastre; el mayor referente a esta actvidad es el nombrado padre de la risoterapia: el médico estadounidenste Hunter "Patch" Adams, cuyo mayor reconocimiento proviene de la película del mismo nombre, basada en su historia.

Pero esta técnica no es actividad exclusiva para un voluntariado: también hay quienes han apostado por la risa en el cine, en el teatro, pero especialmente en la vida.

Tantas son las situaciones que pueden provocar alegría como las que nos hacen perderla: el estrés, las condiciones de vida, la inseguridad, las crisis económicas, los fenómenos meteorológicos y demás problemas cotidianos nos hacen perder las ganas de sonreír, de reír; nos roban la capacidad de asombro. Sin embargo, hay personas que han apostado por hacer de esa emoción una epidemia contagiosa. Este método tiene nombre: risoterapia.

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