SUEÑO / JL, dedicado a SC / Miércoles 3 de noviembre

El espacio onírico (que sin embargo es espacio) disminuye o crece sin cesar, busca lo minúsculo y lo infinito en diástole y también en sístole justo ahí, justo en el centro de la noche. El espacio onírico se retracta, parece retroceder hasta ese punto, a ese ombligo.

Se sabe que un hombre de 60 años a soñado durante cinco años. Como creador de símbolos, todos los hombres, ese hombre, ha vivido una aventura personal tan íntima que su aventura se le escapa, se le escapa a él mismo que ha sido su creador. La aventura se resiste a su voluntad, a la voluntad de su creador, es secreta incluso para el propio soñador. Y entonces el sujeto deja de ser responsable, porque la aventura está descontrolada, la conciencia se obtura y un chino, por ejemplo, ya no sabe si ha soñado con una mariposa o simplemente si él es una mariposa que sueña que es un chino.

El oscuro, lo oscuro, conquista voluntades poniendo peso a los ojos. La noche se protege de la luz dispuesta a parir otro hijo, a generar otra especie de día luminoso pero en un espacio hecho de envolturas, sometido a la dinámica de lo envolvente, sometida a un espacio geométrico también, pero envolvente.

Ahí se entra y se pierde la estructura aunque es un espacio concreto, es ahora seguro, como un amortiguado regazo en forma de trama cómoda donde ese espacio se hace onírico, ya que ahora ese espacio no tiene lejanía. Se ve un objeto que visto, que pensado, que pensarlo, es entrar en él como se pasa por la puerta de un poro a un coeficiente central. Pero no simplemente se entra, sino que se perfora volando bajo, ya que el cielo es limitado, íntimo. Un cielo de deseo y fiebre de esperanza, y orgullo. Es decir, un espacio puntual, un cielo como un centro onírico-asombrado.

Ese espacio dormido es una minúscula retina de química tremenda, de compleja madeja que deja, que deja que a media noche despierten mundos… mundos cuyos espacios son como velos iluminados que forman un horizonte todo extendido a lo largo del extenso tamaño de un párpado.

Ambos aspectos, lo “real” y lo conceptual, lo objetivo y lo formal son los extremos. En uno de esos extremos está el que observa, que es un logos o un yo, y en el otro hay una forma congeniada o armonizada con lo natural, con la existencia.

Así son, también, los sueños en vigilia, cuando el alma entra en cierta simbiosis y en cierto lugar de la presencia se recibe a la conciencia, la luz del sótano, se recibe a un estado creativo, a un generador. ESO se reconstruye, aparece, actúa en un estado relajado, y determina ciertos estados propicios para la ensoñación donde un yo corporal imaginario y fantástico recibe una especie de proyección desde un estrato anterior, arcaico. Desde la rigidez convencional, este sueño de vigilia transita por estadios primitivos, casi mitológicos, en la velocidad luz. Es decir, ESO actúa.

Pero en el sueño soñado y profundo, lo soñado sale por la nariz, dicen algunos, a un espacio que abandonó sus horizontes rectos, un espacio encogido en forma redonda y envuelta, re-vuelta, hasta descansar en lo central ya desembarazado de los mundos cercanos.

Desde ahí, desde lo central, se separa del cuerpo para profetizar, para advertir desde el poder celestial, para acceder a un conocimiento sólo reservado a ese soñador, para comunicarse, o pensar junto a ese soñador, para presagiar, para presentir.

Y el soñador, muerto a la vigilia pero con sus órganos vitales sumidos en la misma simplicidad de los gérmenes o de las formas elementales, pero aun órganos vivos, abandona esos restos físicos y encuentra su espacio. El mendigo sueña que es un rey y un rey que es un mendigo y ambos se encuentran ahí, justo en el lugar de sus aspiraciones más abismales, en el punto de sus deseos profundos de ser otro. Deseos profundos, tan hondos que son ignorados en vigilia, que son simplemente desconocidos en la vigilia.

En sueño profundo, enroscado en el super-oscuro-punto-centro se despierta la geometría de otro día, de otro día, un día divino y absurdo, despierta un sueño. El sueño invita a seguir la voluntad de envolvimiento, como una mortaja que lleva y llega al centro, en camino espiral enroscado, envolvente, en esencial devenir curvo, circular… como crisálida sin ángulos ni filos. Todo ovoide, sin aristas, oblongos, redondos como embriones, y con las manos relajadas

Luego de eso renace. La glándula y el músculo, hinchado, aumentado… las dimensiones crecen. Las dimensiones que rodean se enderezan y ahora en lugar de roscas son varas agresivas, trazos rectos… y entonces, un ser hipócrita despierta… aun con los ojos cerrados y jadeando. Y entonces, las que anteriormente estaban negadas a los objetos, las manos, y los dedos, todavía sin digitalización, sin tacto…. se despiertan, se despiertan recién cuando el sueño se acuesta.

Y ahí el espacio cerrado y extenso, ese centro y pequeño espacio se cambia, se cambia a rectas, es decir, se convierte a direcciones preferidas o queridas. Y además deja claro sus ejes de agresión prometiendo acción en esa dirección prevista.

La arcilla responde al tacto y las imágenes tienen otro sentido. El espacio del alba es transformado por una íntima luz súbita, y ya despierta. Despierta amando la tranquilizadora línea recta y ser el sujeto: que es el que conoce, diferenciado del objeto que es el que es conocido. Y también ahora percibe la relación entre ambos, objeto y sujeto, es decir accede al conocimiento mismo.

Porque al llegar el día, el soñador toma los fragmentos del espacio onírico y los pone de a trozos en el marco geométrico del espacio diurno, para rearmar una anatomía de piezas muertas, diagramadas como marejadas, como estaciones, como direcciones sin nombre de calle y sin número. Intenta dibujar el mapa de un territorio familiar que sin embargo no recuerda.

Esa noche, como todas las noches hay dos desplazamientos que lo conducen al centro curvo espiral de la noche y lo devuelven luego, al de la claridad del día, a la línea recta, en una doble geometría de blanco y negro, de noche y de día.

El sueño dormido, profundo, compensa. Equilibra y autorregula la conciencia angustiada, las frustraciones y aspiraciones de la vigilia. Porque el sueño tiene voluntad propia, y como cosa viva se orienta a un fin, a una finalidad.

Es tan simétrico que la separación con su vigilia puede leerse en forma horizontal, como fuerzas apoyadas a ambos lados del fiel de la balanza.

O sino, esa relación de coerciones, necesidades y pulsiones, de ambivalencias, esa relación de fuerzas puede leerse en forma vertical. Son conflictos entre la parte inferior y profunda de una quilla sumergida, enterrada en las frías profundidades del alma, con el tope del mástil, allá arriba en sus ideas, o tal vez en sus palabras y sus rostros del tiempo de vigilia.

Desde una profundidad, idealizada, sube a una realidad des-idealizada, concreta, es decir accesible a los sentidos: ese es el tope del mástil, la bandera rostro de cada uno.

Los procesos mentales se convierten en ideas (lo pudimos ver en los mitogramas) y lo pudimos ver en “El hombre y sus símbolos” de Carl Jung el año pasado.

El proceso perceptivo genera imágenes tan puras extendidas y concentradas que son imposibles de reducir, imposibles de espejar o reflejar en palabras, o bajar a representaciones visuales.

Son imágenes puras, generadas en la aprehensión y en la comprensión de la realidad visible y sensible a los sentidos, y también generadas en parte en el reino de la realidad inteligible, conceptual.

Son ideas revestidas de formas sutiles, cuyas posibilidades no superan la existencia individual. Y lo que consiste en ideas (o es una idea) no es ni más ni menos real que lo que consiste en otra cosa, ya que toda posibilidad encuentra siempre, necesariamente, un lugar en el rango que su determinación misma le asigna, con su jerarquía correspondiente en el Universo.

Si bien percibimos todo como realidad, son dos realidades determinadas de maneras diferentes y no se deben confundir, ya que equivocarse sería creer que el aire (que es un elemento físico, corporal, grosero) es lo mismo que el soplo vital (que es un elemento del orden de la manifestación sutil).

Y por supuesto, no se puede establecer una oposición entre ideal y real, ya que toda realidad posee el género y el grado de realidad que convienen a su naturaleza propia, porque todo lo que es, bajo cualquier modo que sea, es real, por eso mismo, porque es.

COLLAGE con piezas tomadas al Espacio onírico del DERECHO DE SOÑAR de Gastón Bachellard y comentarios tomados de un estudio del Vedanta.

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