Silvia Creo / Miércoles 21 de abril

¿Se podría pensar en una relación entre los efectos en la conciencia producidos por la mescalina y la esquizofrenia? ¿El desorden mental tiene causas químicas? ¿Y éste desorden químico se debe a angustias psicológicas que afectan las suprarrenales?

Huxley, que cree que mediante la hipnosis, meditación sistemática o tomando la droga adecuada se podría cambiar el modo ordinario de conciencia y llegar incluso a saber desde dentro de qué hablan el visionario, el médium y hasta el místico, se presta a probar la mescalina.

Cree que podría entrar en la clase de mundo interior descrito por Blake. Pero no resultó así. No tuvo cambios revolucionarios como esperaba.

A la media hora de tomada la droga advierte una lenta danza de luces doradas. Luego superficies rojas que se expanden. Nódulos vibrantes. Estructuras grises con esferas azuladas que ascienden sin ruido. Pero no ve rostros, formas humanas o animales, ni paisajes ni metamorfosis.

La mescalina lo introdujo en un mundo no de visiones sino el mundo que existía y que podía ver con los ojos abiertos. Luego se fija en un florero con tres flores, quedando atrapado en la contemplación del milagro, momento por momento, de la existencia desnuda. Viendo lo que simplemente ES. Como Eckhart diría “Ser-encia”.

Las relaciones espaciales (dónde?, a qué distancia?, etc.) dejaban de importarle. El ojo responde a otro orden de experiencias. La mente se interesa principalmente en el ser y el significado. Lo mismo que el espacio, también el tiempo pierde interés. Al rato pasa a mirar con atención los muebles y le sucede sentirse silla.

Para Huxley la droga le permite percibir innumerables finos matices en los colores que en tiempo ordinario no ve. Descubre la riqueza expresiva en Bernini, el Greco, en el pliegue de los ropajes, adjudicándole a los artistas el poder ver lo que los demás sólo pueden bajo efectos de la mescalina. Piensa “así es como deberíamos ver, así son realmente las cosas”. Pero si así fuera no se querría hacer otra cosa entonces, ¿qué sería de las relaciones humanas? Dice que el contemplativo unilateral deja sin hacer muchas cosas que debería hacer, pero compensa absteniéndose de multitud de cosas que estarían mal hechas. Toda forma de contemplación posee valores éticos.

Reconoce que quisiera estar a solas con la Eternidad en una flor, con la Infinitud en las patas de una silla y con lo Absoluto en los pliegues de unos pantalones de franela. Liberado momentáneamente del mundo de los Sí mismos, él un No-mismo, era y percibía el No-mismo de las cosas que lo rodeaban. Liberado del tiempo, los juicios morales y las consideraciones utilitarias.

El arte y la religión, los carnavales, el baile y el escuchar oratorias son cosas que han servido (según palabras de Wells) de Puertas en el Muro. Y para el uso privado y cotidiano siempre existieron los tóxicos químicos o modificadores de conciencia.

Parece improbable que la humanidad prescinda alguna vez de ellos para procurarse Paraísos Artificiales y para la mayoría, la mescalina es casi completamente inocua.

El deseo de trascendencia del hombre cuando no puede por medio del culto, las buenas obras y los ejercicios espirituales, se inclinan a lograrlo por sustitutos químicos de la religión: alcohol y drogas. Huxley dice que la experiencia con la mescalina es lo que los teólogos católicos llaman una “gracia gratuita” no necesaria para la salvación pero que puede ayudar a ella y que debe ser aceptada con agradecimiento si es que llegan a recibirla.

Ser arrancados de raíz de la percepción ordinaria y ver durante unas horas, sin tiempo, el mundo exterior e interior, no como aparece a una animal obsesionado por la supervivencia o a un ser humano obsesionado por palabras y nociones, sino como es percibido directamente, por la Inteligencia Libre, es una experiencia de inestimable valor para cualquiera, y más para un intelectual.

El hombre que regresa por la Puerta en el Muro ya no será el mismo que salió por ella. Será mas instruido y menos engreído, estará más contento aunque menos satisfecho de sí mismo, reconocerá su ignorancia más humildemente, pero, al mismo tiempo se sentirá equipado para comprender la relación de las palabras con las cosas, del razonamiento sistemático con el insondable Misterio que trata, por siempre jamás, vanamente, de comprender.

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