OMBLIGO / Laura Alercia / Miércoles 4 de agosto

Según el Rig Veda en el principio era el ombligo, ya que antes del principio el germen del mundo descansaba sobre el ombligo de lo increado.

El Midrash dice que Dios creó el mundo al igual que el ser nacido de mujer: desde el ombligo.

El centro del mundo es el ombligo, por la comparación del microcosmos humano con el macrocosmos universal.

Antes de identificar la tierra con su ombligo, el hombre lo descubre en el cielo: la Estrella Polar es el ombligo del firmamento, guía nocturna de nuestros lejanos antepasados en las soledades de los continentes vacíos.

La creencia de que la tierra es el centro del universo era dogma de la Iglesia todavía en 1835, tres siglos después de Galileo. Desde luego, centro y ombligo se equivalen; y en la cosmogonía de los antiguos, en ambos mundos, el centro-ombligo es el lugar de la creación, el único punto donde es posible la comunicación con la morada de los muertos y de los dioses: cielo e inframundo.

El ombligo se vincula con un sin número de conceptos mágicos, místicos y míticos; su estudio es parte importante de la historia de las religiones y, con eso, del pensamiento filosófico.

En el ámbito de los símbolos el ombligo es avasallador. El más conocido es el de la piedra, en Delfos, centro del mundo; he contado veintiséis más, desde Japón hasta la Isla de Pascua. Una piedra-ombligo figura en el escudo de México. Abundan los montes: el Meru Nabhiam de la India es tan ombligo como el Tabor, el Sinaí de los hebreos y el Xico de los mexicanos.

Regiones enteras consideradas ombligos de la tierra son Grecia, Israel y parte del Petén, en Centroamérica, así desde que un misionero del siglo XVII llama "ombligo del mundo".

Ombligos simbolizados por agujeros, hondonadas o grutas se encuentran en Célebes, Nuevo México y Mesoamérica.

Ombligos-islas son Sri Lanka o sea Ceilán, umbilicus orbis; la Ogigia de Homero, la islita del lago de Tezcoco donde se fundó el imperio azteca y la del Sol, en el lago Titicaca, donde se fundó el imperio inca; la Isla de Pascua, Te Pito te Henúa, "el ombligo del mundo".

Ombligos-lagos se encuentran en Italia: el Averno, el Lacus Cutiliae; y en México, los de Pátzcuaro y Cajititlán.

Ombligos-plantas son los árboles de la vida en la India y los del mundo, no menos frondosos, en Siberia; el hongo divino de los Vedas; la Amanita muscaria conocida como Soma; la flor de loto budista; la ceiba de los mayas y el palo volador mesoamericano.

Ombligos-oráculos, el de Delfos, el Carmelo, el de Amón en África y el de Achiutla en México.

La fuente de Jacob, en Israel, es llamada umbilicus terrae.

Entre los ombligos-templos hay que recordar el de Jerusalén, el de Constantinopla, y el Tlalxicco en el teocalli mayor de México.

Descuellan, entre los lugares volcánicos umbilicales, el Enna en Sicilia, el Thermos en Grecia; los ya mencionados Cutiliae y Averno en Italia y los propios pavorosos volcanes Gunang-Anang, de Bali y Xitle, de México, este último "ombligo" en náhuatl.

Muchas son las ciudades-ombligo. Milán es una, cuyo medio-, sinónimo de ombligo, comparte con cincuenta y cuatro Mediolanum más en el mundo céltico. Sé encuentran veinte ciudades-ombligo en Grecia y Asia Menor; más al oriente están Jerusalén, la Meca, Nínive, Babilonia, Delhi y Pequín. El Ombligo de la Luna, México; y en este hemisferio son ciudades umbilicales Cuzco y Tiahuanaco, capitales de otros imperios americanos.

Desde el ombligo se proyecta e irradia su manifestación en las cuatro direcciones del universo y el ombligo mismo es la quinta, vertical, hacia arriba y hacia abajo.

Corresponde a la cifra uno en el quincunce cristiano y al cinco en el mesoamericano.

Entre los aztecas el cielo más alto, el treceno, donde mora el dios creador, es el tlalxicco, "ombligo del mundo".

Para hindúes y budistas, hebreos y griegos, el ombligo es el principio de todo: ya que por él comienza a enraizar el embrión; en tanto que los polinesios lo consideran el fin. Según ellos el ser humano termina su gestación, nace, se separa de su madre, y el ombligo es la marca de su perfecto acabamiento.

El ombligo es círculo y rectángulo, infierno y paraíso, corazón del cielo, lugar de sacrificio, emblema de virtud y de vicio, cáliz de licor y polen de rosa (esta última misteriosa acepción se debe a Aristóteles).

El ombligo es el asiento del alma, el punto de mayor espiritualidad en la anatomía humana; el lugar de elección para encontrar la armonía cósmica; el tercer ojo que contemplan los hesicastas, quienes anhelan ver la luz increada del Tabor.

Del ombligo emana el fuego divino. Es el centro de la respiración y de la rosa de los vientos. Es símbolo del útero y, contradictoriamente, del falo; se identifica con la Luna, principio mujeril, y con el Sol, masculino por excelencia. Es andrógino y, sin embargo, connaturalmente femenino. Sol, Luna; pero también estrella: la Polar, eje del universo.

Precisamente para colocarse en el eje cósmico, donde es posible la comunicación con el mundo de los dioses (cielos e infiernos), tantos adoratorios y santuarios, de pueblos y ciudades, han surgido en los centros umbilicales: sin que la autenticidad de uno menoscabe la de los demás.

Desde épocas inmemoriales el ombligo, por su emplazamiento en el cuerpo humano, se ha vuelto símbolo del centro: de cualquier centro, terrestre, celeste o imaginario, en su proyección cosmogónica.

Este simbolismo ha sido el punto de partida, hace muchos años ya, de la concepción cosmogónica de los aztecas en relación con el centro-ombligo.

Los valores antropocósmicos del ombligo no se pueden entender sin el contexto de las milenarias metáforas en que se compara el cuerpo humano con la naturaleza. El universo está construido como el hombre, con los mismos elementos y exactamente en el mismo orden: al concepto de "arriba" corresponde la cabeza, al de "detrás", la espalda, al de "abajo", los pies. Lo confirma un sinnúmero de idiomas en que las voces que expresan relaciones espaciales proceden, sin excepción, de denominaciones de partes del cuerpo humano.

Las metáforas antropomórficas se ramifican en la forma más sorprendente. En un tratado seudohipocrático de autor anónimo del siglo VI a C., Sobre la cifra siete (Perí ebdomádon), se equipara la tierra suave con las partes blandas del cuerpo y las piedras con los huesos; el agua de ríos, lagos y mares con la sangre; el aire con nuestro aliento; la luna con el diafragma; el calor solar con el de las entrañas, el calor de las estrellas (originado por el sol) con el calor debajo de la piel; y el frío firmamento con la piel humana.

Puesto que hay una completa correspondencia entre el cosmos y el cuerpo del hombre, el médico sólo puede curar si dirige su mirada simultáneamente sobre ambos aspectos de la misma unidad.

San Gregorio Magno, papa de 590 a 604, a quien se debe la liturgia de la misa, es autor de la sentencia, muy difundida en la antigüedad: "Homo quodammodo omnia": el hombre es, en cierta manera, todas las cosas.

Los exegetas medievales, en busca de la unidad entre macrocosmo y microcosmo, especulan sobre la composición del cuerpo de Adán, nuestro primer padre: su carne es la tierra; sus huesos, las rocas; su sangre, el mar; su cabello, las plantas y su pensamiento corresponde a las nubes. Análogamente todos los órganos del cuerpo humano, el corazón, el hígado, los pulmones, inclusive la sangre y la bilis, tienen su correspondencia astral: la anatomía mágica en relación con la astronomía mágica, es decir, la astrología. Cada órgano está regido por un planeta u otro cuerpo celeste. En esta concepción se fundan las predicciones astrológicas

En todo el mundo sobrevive el concepto popular de que sangre y carne se identifican con el reino animal, cabello y uñas con el reino vegetal y los huesos con el reino mineral.

Delfos, el ombligo de la diosa madre: La antiquísima identificación del ombligo como centro del cuerpo humano en relación con el centro del universo, se define como antropocósmico, que es la concepción helena de la tierra vista como una gigantesca diosa madre con su ombligo: Delfos, centro del mundo.

"La tierra está acostada bocarriba como un ser humano que mira al cielo tal como se mira al padre", reza una sentencia hermética.

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