La técnica, los hábitos / Abril 26 / Mirta Groshaus



Cada objeto está entre una especificidad práctica: su función (una suerte de discurso manifiesto) y la absorción de una serie-colección en la que es término de un discurso latente). Discurso homólogo al de los hábitos.
Hábito (discontinuidad y repetición). Mediante la distribución del tiempo en esquemas habituales resolvemos lo angustioso de la continuidad y la singularidad del acontecimiento. Con la integración discontinua a series disponemos en sentido propio de los objetos: los poseemos. Este registro sirve de pantalla frente al devenir irreversible de lo real. Así una franja del mundo nos pertenece dócil y nos sustrae de la angustia. Los objetos nos ayudan a dominar al mundo por su inserción en series instrumentales y por su inserción en series mentales a dominar el tiempo, al discontinuarlo y clasificarlo.

El reloj: muestra el doble modo como vivimos los objetos: informa acerca del tiempo objetivo que es la dimensión de las constricciones prácticas, de la exterioridad social y de la muerte. Y al mismo tiempo el reloj pulsera en calidad de objeto nos ayuda a apropiarnos del tiempo. Al dividirlo lo convierte en objeto consumido. Lo domestica.

El tiempo en la colección: el poder de los objetos coleccionados radica en el hecho de que la organización de la colección misma sustituye al tiempo. Al repertoriar el tiempo en términos fijos a los que puede mover reversiblemente, la colección expresa el perpetuo recomenzar de un ciclo dirigido en el que el hombre juega a cada instante, partiendo de cualquier término y seguro de regresar, el juego del nacimiento y la muerte.

El automatismo expresa el triunfo de la mecánica y el ideal mitológico del objeto moderno. Es el objeto que cobra una connotación de absoluto en su función particular.
Para hacer automático un objeto práctico es necesario una redundancia funcional que arroja al hombre a una posición de espectador.
Ejerce una fascinación que no es de racionalidad técnica : la experimentamos como deseo, como verdad imaginaria del objeto. “Que todo marche solo”. Deseo de automatismo anclado en los objetos como nuestra imagen misma. Suerte de antropomorfismo.
Aberración funcional : El Gadget: Así como el automatismo es una desviación técnica, el gadget es una aberración funcional. Constituye un campo de complicación irracional, obsesión por el detalle, tecnicidad excéntrica. En los objetos que nos rodean se observa que el equilibrio técnico del objeto se ha roto: demasiadas funciones accesorias en las que el objeto no obedece mas que a la necesidad de funcionar. Superstición funcional: para cada operación debe haber un objeto posible, sino hay que inventarlo.

La definición de chirimbolo es “objeto o utensilio de forma extraña que no se sabe como nombrar” “Lo que no tiene nombre”. Lo que el chirimbolo da a entender es una funcionalidad vaga, sin límites, que es mas bien la imagen mental de una funcionalidad imaginaria.
Lo que antaño era excentricidad encantadora y neurosis individual, en la etapa serial industrial se convierte en desestructuración cotidiana de exaltación por los detalles. Esta proliferación de detalles técnicos se acompaña de insuficiencia conceptual: el lenguaje va atrasado respecto de los objetos que usamos.
Máquina es un término genérico preciso a medida que ha pasado al dominio del trabajo social, pero el chirimbolo, a fuerza de especializarse y sin exigencia social cae en la mitología. El chirimbolo significa una operación formal: operación total del mundo. El pelador de papas eléctrico, el nuevo adminículo de la procesadora, dan satisfacción a la creencia de que para toda necesidad hay un ejecutivo maquinal posible, que todo problema práctico y hasta psicológico puede ser previsto y resuelto por un objeto técnico. Queda así la naturaleza entera reinventada conforme al principio técnico de realidad, como un simulacro total de naturaleza autómata.
Así la verdadera funcionalidad del chirimbolo pertenece al orden del inconsciente. Adaptado a una funcionalidad que no es práctica. El mito de una funcionalidad milagrosa del mundo es correlativo a una funcionalidad milagrosa del cuerpo. El esquema de ejecución técnica del mundo está ligado al esquema de realización sexual del sujeto, el chirimbolo (instrumento por excelencia) es un sustituto del falo. Cualquier objeto en el que su instrumentalidad práctica se borra puede ser investido de instrumentalidad libidinal.
Detrás de cada objeto real hay un objeto soñado.
El objeto soñado de la ciencia ficción: el robot.
Hay poca invención estructural pero es una mina inagotable de soluciones imaginarias a necesidades y funciones estereotipadas. Ejemplifica al automatismo. El mito del robot resume todos los caminos del inconsciente en el dominio del objeto. Es un microcosmos simbólico del hombre y del mundo y los sustituye. Funcionalidad absoluta. Antropomorfismo absoluto.
Debe ser símbolo del mundo funcionalizado y a la vez personalizado. Tranquilizador que exprese el poder del hombre sin caer en la identificación.
Sigue siendo un objeto, y por lo tanto esclavo. Puede tener todas las cualidades salvo aquella en la que el hombre es soberano: el sexo. Allí reside su valor simbólico. Mediante su polifuncionalidad da testimonio del imperio fálico sobre el mundo. El robot es un esclavo asexuado, regido, dominado. Es una sexualidad proyectada neutralizada y conjurada, es un falo esclavo.
El universo de la ciencia ficción es asexuado.
El tema del esclavo está ligado siempre al de rebelión. Esta es común en los relatos de ciencia ficción. El robot es como esclavo muy bueno y muy pérfido, bueno como la fuerza encadenada y muy malo como la que se desencadena. Esta fuerza es su propia sexualidad liberada, rebelde y amenazante. Es lo que expresan las múltiples e imprevisibles variaciones de los robots. El hombre choca entonces con las fuerzas mas profundas de sí mismo. Insurrección de las energías fálicas esclavizadas: ese es el sentido de la perfidia mecánica de los robots.
En los relatos vemos dos soluciones: el triunfo moral del hombre al domar las fuerzas malas, o las fuerzas malas (los robots) se autodestruyen llevando el automatismo hasta el suicidio. La técnica consuma su propia perdición y el hombre vuelve a la “buena naturaleza.”
Si el robot simboliza una sexualidad sometida, la desintegración del robot constituye para el hombre el espectáculo simbólico de la descomposición de su propia sexualidad después de haberla sometido a su imagen.

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