Los objetos
singulares y exóticos que responden a una índole testimonial, de recuerdo,
nostalgia o evocación son la vía para descubrir un orden tradicional y
simbólico aunque formen parte de la modernidad.
Los objetos
antiguos en cambio, se sustentan en una base mitológica, hace presente el
tiempo pasado con su historia, así como los signos o indicios culturales de su
época. Por eso siempre va a aportar calidez al ambiente, tendrá una posición
psicológica especial en contraposición al entorno moderno, que busca la
síntesis.
Lo antiguo, es como
un sumergirse en el pasado en un mundo ideal, alternando con la fantasía de la infancia y el juguete. Pero
ese objeto debe ser un objeto auténtico, así el objeto mitológico será
perfecto, como un retrato de familia. Esto es lo que les falta a los objetos
prácticos, modernos y funcionales a pesar de ser eficaces en su uso.
La autenticidad: El gusto por lo antiguo va de la mano del placer de coleccionar.
Surgen aquí la
nostalgia de los orígenes y la obsesión de la autenticidad. Ambos acuden del
recuerdo mítico del nacimiento, que nos liga a un padre y a una madre. La
involución hacia las fuentes es evidentemente la regresión hacia la madre.
Cuanto más viejos sean los objetos, tanto más nos acercan a una era anterior, a
la divinidad, a los conocimientos primitivos.
Está también la
exigencia de autenticidad, que se traduce por una obsesión
de la certidumbre del origen, de
la fecha, de su autor, de su signo. Todo esto alude también al hecho, de que
tal objeto haya pertenecido a alguien célebre, poderoso lo cual le confiere un
valor y una fascinación extra.
La búsqueda de la
huella creadora, desde la impresión real hasta la firma, es también la de la
filiación y la de la trascendencia paternal. La autenticidad proviene siempre del padre, él es la fuente del
valor.
Es ésta la
filiación sublime que el objeto antiguo, suscita ante la imaginación, al mismo
tiempo que la involución corresponde al seno de la madre.
La restauración: una casona de campo es reconstruida a partir de tres vigas y dos
piedras las cuales fueron su sostén original. En éstas piedras simbólicas del
portal, descansa el valor el ser
del edificio. Son ellas las que componen el conjunto que servirá de sustento restituyendo
el carácter original y el estilo. Así, el
hombre intenta organizar el mundo según un modo interno, en cierta forma opuesta a lo funcional.
Sincronía: todo aquello que transcurre en el espacio y tiempo correctos. Diacronía: análisis de un fenómeno concreto a través del tiempo. Anacronía: algo fuera de su tiempo.
El objeto antiguo
es leyenda, su significado es su naturaleza mítica, y su autenticidad.
No es ni sincrónico
ni diacrónico (no se inserta ni en una estructura ambiente, ni en una
estructura temporal), es anacrónico (no es por relación a quien desee, ni el
atributo del verbo ser, ni el objeto del verbo haber, sino que cae más bien en
la categoría gramatical del objeto interno).
El objeto funcional
es ausencia del ser. El momento real disuelve la regresión hacia una dimensión
perfecta. Cualquiera que sea ser su precio, su cualidad, su prestigio es y
sigue siendo la pérdida de la imagen del Padre o de la Madre.
Si el objeto es
rico en funcionalidad y pobre en significación, se refiere a la actualidad y se
agota en la cotidianidad.
El objeto
mitológico, de funcionalidad mínima y de significación máxima. Se refiere a la
ancestralidad, o a la anterioridad absoluta de la naturaleza.
En la vida diaria,
estas contradicciones coexisten como complementarias, por ejemplo un mismo
libro en formato de bolsillo y en edición rara o antigua, o bien una lavadora
eléctrica y el viejo barreño de lavar, el armario empotrado funcionalmente en
la pared o el bargueño español.
Nos da el ejemplo de la doble propiedad,
actualmente tan común y corriente como es el apartamento de ciudad y la casa de
campo lo cual, es un claro ejemplo de estructura ocio-trabajo.
Este duelo de
objetos es en el fondo un duelo de conciencia, señala una falta y el intento de
remediar ésta falta mediante regresión.
En una civilización que vive el momento que le corresponde
(sincronía) y a la vez se cuestiona todo lo pasado como fenómeno de vida
(diacronía) se tiende a organizar un control de lo real tanto en el nivel de los objetos, como en el de
los comportamientos y de las estructura sociales y aparece una tercera dimensión que es la de la anacronía.
La coexistencia de
lo moderno funcional y de la decoración antigua aparece con el
desarrollo económico, la producción industrial y la saturación práctica
del ambiente.
Las capas sociales
menos favorecidas como los campesinos u obreros, los primitivos no saben que hacer
con lo viejo y aspiran a lo funcional. Ambas guardan alguna relación entre si. Baudrillard da el ejemplo
del salvaje que se apropia de un lapicero o un reloj sin saber luego que hacer con él, lo hace como una relación
infantil de poderío. Entonces, el objeto ya no tiene función, posee una virtud:
es un signo. Pero acaso no sucede el mismo proceso de acumulación impulsiva en
los civilizados cuando desean poseer objetos tallados del siglo XVI o los iconos de otros momentos de la
historia.
Ambos, el civilizado y el primitivo captan en los objetos, la virtud que
ellos encierran en si mismos, tanto en modernidad técnica como en
ancestralidad. Sin embargo dicha virtud no es la misma en los dos casos, pero
sí el fetichismo.
Todo objeto
antiguo es bello simplemente porque ha sobrevivido y se convierte por ello en
signo de una vida anterior.
Queremos venir de
nosotros mismos y ser de alguien: Suceder al Padre, proceder del Padre,
reorganizar el mundo y sustituir al Padre.
El objeto antiguo
va precedido de una partícula noviliaria y su nobleza hereditaria compensa la
caducidad precoz de los objetos modernos. La civilización técnica ha renegado
de la sabiduría de los ancianos, pero se inclina ante la densidad de las cosas
antiguas, cuyo valor está sellado y es seguro.
El mercado de lo antiguo: Todo valor adquirido propende a trocarse en
valor hereditario, en gracia recibida. Pero como la sangre, el nacimiento y los
títulos han perdido su valor ideológico, son los signos materiales los que
tendrán que significar la trascendencia: muebles, objetos, joyas, obras de arte
de todos los tiempos y de todos los países, formar parte de un sinnúmero de
referencias que aunque verdaderas o falsas, da lo mismo, forman parte de una
vegetación mágica de íconos que han invadido el mercado e incluso entran a
formar parte de una suerte de mercado negro.
Los mercados de
usados no bastan para alimentar la voracidad primitivista y nostálgica de los
interiores burgueses de residencias nuevas para satisfacer sus vanidades.
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